Navidad… mejor en familia

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Llega diciembre y con él la ilusión de las fiestas navideñas, fiestas en familia llenas de buenos momentos y grandes recuerdos. Las calles se llenan de alumbrados espectaculares y campañas publicitarias que no lo son menos; pero ¿nos hemos parado a pensar qué celebramos en estas entrañables fiestas? Si bien es verdad que durante estas fechas se promueven la solidaridad, la generosidad, el servicio a los demás, la paz y el amor ¿lo vivimos sólo con los más necesitados, los que viven lejos, los que no conocemos, o por el contrario lo convertimos en modelo de conducta para el resto del año?

La navidad empieza en casa

En primer lugar no podemos olvidar que los cristianos en Navidad celebramos el Nacimiento del Niño Jesús, que nació hace ya más de 2000 años pero que viene a nacer de nuevo en nuestros corazones.

Nació en un pobre pesebre rodeado de los que más le querían, la Virgen y San José y los humildes pastores que se fueron acercando para dejarle lo que tenían. Y es que no venía a traernos presentes, venía a traernos la paz y la alegría que llena nuestros corazones y nos hace felices. Por eso estas fechas que se acercan son momentos de reconciliación, de servicio a los demás, de fraternidad; momentos de olvidar con una sonrisa una palabra amarga, de descubrir lo bueno del otro que habíamos ya olvidado, de transformar los dardos encendidos en bellas palabras de perdón, porque la familia y los amigos son los que tenemos más cerca y a los que tratamos más, es precisamente, con los que surgen más roces.

No existe la familia perfecta

Ya lo dice el Papa Francisco:“no existe la familia perfecta, hay fragilidad, conflictos, pero hay que aprender a afrontarlos de manera positiva. Así la familia con sus propias limitaciones pero que se quiere, se convierte en una escuela de perdón”. Y es que es en la familia donde cada uno de nosotros es querido por lo que es, con sus virtudes y sus defectos, y donde la palabra perdón y reconciliación forman parte del lenguaje diario. Qué buen momento la Navidad para sanar todas aquellas heridas que todavía no habían sido curadas. Ocasión también para reflexionar sobre dónde tenemos puestas nuestras prioridades, nuestro corazón.

La vida tiene muchos retos cada día, todos tenemos ocupaciones que requieren mucho tiempo y energía: el trabajo, la casa, los hijos, los pagos… pero, nos hemos parado a pensar ¿qué tiempo le dedicamos a nuestra familia? ¿Y a ver a nuestros hijos? ¿Qué tiempo dedicamos a hablar con ellos y a decirles cuánto los queremos, a preguntarles cuáles son sus sueños, sus preocupaciones y a contarles los nuestros? Estemos atentos, pues la familia que es nuestro primer y más importante negocio, puede estar sujeto en muchas ocasiones al vaivén de todo de tipo de tempestades. Nunca es tarde si la dicha es buena, y la Navidad y el comienzo de un año nuevo pueden ser un buen momento para hacer balance, aprender de los errores y poner en marcha una nueva estrategia que nos haga disfrutar más y mejor de los nuestros.

Alrededor de la mesa

Y como la publicidad además de vender productos puede promocionar ideas que nos ayuden a ser mejores, Ikea con su campaña publicitaria que lleva por nombre este título, subraya la importancia emocional que tiene en nuestras familias lo que vivimos “alrededor de la mesa”.

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Como dice Alfonso Méndiz, gran profesional del periodismo y amigo: «La mesa es el lugar de comunicación por excelencia de los que conviven en el hogar y alrededor de ella compartimos ideas, sentimientos, vivencias y planes de futuro. Sobre la mesa expresamos quiénes somos, tratamos los temas más relevantes de nuestras vidas y educamos a los más pequeños, transmitiéndoles nuestros valores. Es en las mesas de los hogares corrientes, donde se cuece lo que de verdad importa: celebramos acontecimientos familiares, recibimos valiosos consejos, aprendemos lecciones para la vida”. Convirtamos nuestras mesas, y especialmente en Navidad, en lugar de encuentro, de expresión libre de cada uno, de sencillos y sabios consejos.

Momentos para disfrutar de una mesa puesta con pequeños detalles, una comida preparada con cariño y una compañía con ganas de hacer de ese instante un recuerdo inolvidable. Estar con los que nos quieren no tiene precio, compartir con ellos lo que somos y tenemos, nuestro mayor tesoro.

El tesoro de servir

El espíritu de servicio, es el amor, entusiasmo y alegría por servir a los demás. Si todos los momentos del año son buenos para servir, la Navidad lo es especialmente, puesto que la Sagrada Familia con su ejemplo, nos dejó un modelo de servicio sencillo y humilde.

La amistad, el amor, la felicidad y el servicio a los demás, son realidades muy vinculadas. Por eso cuando servimos, los primeros beneficiados somos nosotros, puesto que estamos hechos para amar, y cuando amamos sirviendo, más plena es nuestra vida y más felices somos. A medida que las personas adquirimos la madurez y la libertad necesarias para superar el egoísmo, nuestra vida se llena de interés y de alegrías espontáneas. Templar el propio yo nos evita muchos motivos de tristeza que nacen del excesivo apego y preocupación por uno mismo.

En juego nuestra felicidad

Víctor Frankl afirma que “la puerta de la felicidad se abre hacia fuera, cuando más se quiere abrir hacia adentro, más se cierra”. Es por ello que tenemos que trabajar por adquirir esta virtud y transmitirla a los que tenemos alrededor, empezando por la familia, ya que está en juego nuestra propia felicidad y la de los que nos rodean. Los tiempos actuales nos hacen vivir con rapidez, estresados, pensando en todo lo que tenemos que hacer a lo largo del día y en consecuencia, no nos ayudan a pararnos y mirar a nuestro alrededor y ver las necesidades de los demás. Servir nos enseña a comprender, a perdonar, a ser humildes; y como consecuencia nos llena de una alegría interior que nada tiene que ver con la alegría de una vida fácil y sin dificultades.

La madre Teresa de Calcuta decía: “Muchas veces basta una palabra, una mirada o un gesto para llenar el corazón de los que amamos”. Aprovechemos la celebración de la Navidad en familia para disfrutar sirviendo como lo hizo Jesús de Nazaret, que nunca perdió la oportunidad de servir siempre a los demás.

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