Mi familia, un equipo

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Contigo sale mejor, porque juntos en familia creamos un ambiente de amor, respeto, confianza y apoyo ante cualquier situación para cualquier miembro del grupo.

Cada persona que avanza en el camino del vivir, experimenta tarde o temprano que no somos seres individuales, ni nuestro único objetivo en la vida es estar bien con nosotros mismos; tener felicidad propia. Ya al nacer, se nos pone un nombre y también un apellido que nos vincula a otro grupo de personas (Padre, madre, hermanos…).

En el mismo orden de cosas, cuando ejercemos una profesión, nos satisface el sentirnos parte de un grupo, y el convencimiento de que lo nuestro, hace que el conjunto mejore. Es interesante que analizaremos nuestro sentido de pertenencia en aquellos lugares en los que nos desenvolvemos: familia, amistades, trabajo, asociaciones…

La madurez, que tanto contribuye a la felicidad, va acompañada del estar cómodo con los demás, sentirnos parte de un grupo y comprobar a diario que el mundo nos necesita, que en cada cosa que hacemos,  está la posibilidad de aportar lo original y único, lo que es solo nuestro.

En este sentido los hijos deben saber pronto que el ambiente familiar depende de ellos y que en nuestras casas todos promovemos el bien común, la mejora de los demás y la ayuda incondicional por todos los que formamos parte de este “equipo”.

Corremos el peligro, en este siglo XXI, de que los hijos piensen que las cosas se hacen solas, que el dinero surge sin sacrificio, o que en las familias están los que dan, y los que reciben.


Los hijos deben saber pronto que el ambiente familiar depende de ellos y que en nuestras casas todos promovemos el bien común, la mejora de los demás y la ayuda incondicional por todos los que formamos parte de este “equipo”

Un hogar, un equipo

Es estupendo el trabajo cooperativo. Con su práctica se descubre que aprender es un disfrute, y el asombro ante las ideas de los demás nos llena de alegría y de eficacia.

En casa, cuanto antes, debemos procurar que las cosas se hagan en equipo, que nuestros hijos tengan un fuerte sentido de pertenencia. Esto consiste en ayudar a los hijos a no desentenderse de nada que importe a la familia. Para lograrlo, se puede tener presente que los buenos jefes no son los que mandan sino los que implican a todos.

Cuando uno se siente parte importante del equipo, desarrolla antes sus capacidades y le llena descubrir cuál es su contribución. La seguridad en los propios talentos se adquiere en el ambiente familiar. Es ahí donde nos damos cuenta de que se nos da bien: Hablar, escuchar, ayudar, crear…

Los buenos equipos, además se van abriendo. La persona de corazón grande aprende a meter a mucha gente dentro de él. Los equipos cerrados, son tristes y egoístas. Por eso se va ampliando el ambiente familiar hacia; La persona que trabaja en casa, algún vecino, los amigos ….

Y cuál es mi función

La función de cada uno es distinta, y única. Es que no hay dos personas iguales. Para que los hijos entiendan en qué destacan se les puede potenciar con palabras: escuchas muy bien, me encanta como preparas esto, a la abuela le ha gustado pasar este rato contigo, has conseguido alegrarle el día a mamá.

Otras veces resulta que en momentos de crisis; cuando hay algún dolor en la familia o una situación comprometida, descubrimos la grandeza de alguno de nuestros hijos que reacciona mejor que nosotros. Esto nos hace ver lo importante que es dejar hacer sin mandar todo, fomentar la propia iniciativa y contar con los hijos para todo.

Desde pequeños uno debe sentir y saber que sus acciones repercuten en el conjunto. Hay momentos en los que faltan las fuerzas, pero saber que otros dependen de nosotros nos espabila, y nos hace no bajar la guardia. Cuando un hijo toma la decisión de no seguir solo sus querencias, ha empezado a disfrutar de la madurez que supone que el otro importa.

Ni que decir tiene que las cosas las hacemos unidos, en equipo, pero cada uno tiene su independencia. Tan bueno es el trabajo cooperativo como la necesidad de autonomía para tomar las propias decisiones, el poder opinar lo que uno quiera, y el hacer las cosas sin que haya demasiados esquemas orientativos.

¿Y quién tiene la culpa?

Las cosas no se hacen por arte de magia, pero podemos ser los causantes de que los hijos lo piensen. En ocasiones, decimos que todo lo hacemos nosotros, pero ayudar a que los otros se sientan necesarios es un arte que nos pertenece a los padres. Si los hijos son elementos pasivos está en nuestra mano el que su actitud se renueve.

La vida sería un poco menos estresante si aprendiéramos que todos en casa estamos atentos a la comida, al orden, a las celebraciones, al plan de vacaciones…

Claro que se requiere la humildad de saber que no somos nosotros los que sacamos todo adelante, y que muchas cosas van mejor gracias a que dejamos a otros participar.

Cómo hacerlo

Hoy podemos empezar. Mira ¿te importa venir conmigo y hablamos un rato y mientras recogemos la cena? Las buenas conversaciones hacen olvidar un trabajo pesado.

“Para mañana tenemos que poner lavadoras, ven que te enseño a ponerla”. Es que a veces nos empeñamos en que el marido tiene que implicarse pero iríamos más en directo si dijéramos que todos tenemos que ser parte de este hogar. 

Algunos consejos 

  1. Cuidar los desayunos. Es un momento en el que se recuerdan cosas importantes del día. Levantarse a la hora prevista, todos los miembros de la familia, es una ayuda; ese no poder ni mirarnos a la cara por las mañanas nos hace parecer robots. Es el primer encuentro familiar y se puede cuidar.
  1. Las cenas. Es donde podemos hablar de nuestras cosas y de las cosas de otras personas de la familia. Centrar la conversación además de en nosotros en los abuelos, tíos, primos… y en cómo va la marcha de la casa, en el plan del fin de semana…

Obviamente, en estos breves encuentros familiares, el tono optimista, esperanzador y alentador… tiene su importancia.

Cada edad tiene su emoción

Los pequeños de la familia son una oportunidad de implantar esto desde el principio. “Corre ve a saludar a papá y cuéntale lo que hoy has hecho”. Enseguida se les puede mostrar que las cosas las vamos a dejar bien para que los otros miembros del equipo se las encuentren hechas. Siempre en los primeros años de la vida, hay que enseñar la satisfacción de la presencia de los otros y la alegría que da arrancarle sonrisas a los que están con nosotros

En Primaria se debe aprovechar el gusto por servir y ayudar. Es algo que viene implícito en estas edades. Es tarea nuestra el que no se apague. En esos tiempos está el asentar la idea de que se colabora con las tareas del hogar, se piensan los planes teniendo en cuenta al conjunto familiar. Deben hacerse la cama, levantarse a la hora indicada y ayudar a preparar la cena.

En la adolescencia, se empieza a no tener gusto por lo que antes encantaba, sin embargo, cuando se les ha metido en la rueda de que somos parte de un conjunto, no se salen tan fácilmente de ella. Con paciencia y serenidad hay que ayudar a levantar la vista hacia el otro. En estas edades las cosas entran mejor por el corazón y hay que ayudar en los sentimientos: “Esta persona te necesita”, “Eres un apoyo en estos momentos”, “comprendo que no te apetece pero…” Al final los adolescentes se dan cuenta de que les hace felices darse. El mundo está muy necesitado de gente que sabe trabajar en equipo, y en las familias se consigue que los corazones se agranden. Qué mejor herencia podemos dejar a esta generación que la del disfrute que supone el orientar la mirada hacia el otro y el convencimiento de que los otros están mejor porque mi presencia les hace bien.

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