La necesidad de dormir es biológica y aparece periódicamente, en ciclos, con el fin de procurar un descanso al organismo y regenerar energías gastadas.
El sueño es un estado fisiológico temporal de inconsciencia caracterizado por un cese de la actividad sensorial, de la movilidad y del estado de alerta. La necesidad de dormir es biológica y aparece periódicamente, en ciclos, con el fin de procurar un descanso al organismo y regenerar energías gastadas. No es una situación pasiva, sino un estado activo donde tienen lugar cambios de las funciones corporales y actividades mentales de enorme trascendencia para el equilibrio psíquico y físico de los individuos.
El sueño infantil no es un proceso uniforme y depende de la adaptación al medio, de la maduración cerebral y del aprendizaje. Se distinguen diferentes patrones de sueño en relación con la edad: el sueño fetal, el sueño del recién nacido y lactante hasta los tres meses, de los tres meses al año de vida, del año a los seis años y de los seis a los 12 años.
Trastornos característicos del sueño infantil
El trastorno del sueño infantil es un motivo frecuente de consulta en Pediatría, ya que afecta aproximadamente a un 15-25% de los niños menores de dos años. Estos trastornos pueden tratarse de disomnias o alteraciones en la cantidad del sueño, que pueden tratarse tanto de dificultad para conciliar el sueño (insomnio) como para mantenerse despierto (hipersomnia), o parasomnias o alteraciones en la calidad del sueño en sus diferentes fases (alucinaciones hipnagógicas, bruxismo, mioclonias de adormecimiento, ritmias del adormecimiento, sonambulismo, somniloquia, terrores nocturnos o pesadillas). Asimismo, también se consideran trastornos de la conducta del sueño la negativa del niño de irse a la cama, que se presenta entre el primer y el sexto año de vida, o la necesidad de realizar ciertos ‘rituales’ a la hora de acostarse.
¿Qué debemos hacer para educar al niño con un correcto patrón de sueño?
Es importante mantener unos horarios regulares, una correcta alimentación e higiene y una temperatura adecuada de la habitación (18ºC). La hora de acostarse debe convertirse en un acto de rutina, un hábito tomado con tranquilidad. Puede cantarle una nana o contarle un cuento: no importa que el niño todavía no entienda. Si el niño tiene miedos, no ridiculizarlos: es mejor acompañarle un rato o dejar una pequeña luz o la puerta semiabierta para que se sienta acompañado. También el baño nocturno facilitará la relajación. Si se despierta por la noche, podemos acudir en respuesta a su demanda, pero no cogerlo. Si no quiere dormir o llora, dejarle unos minutos. Pasado este tiempo, atenderle sin tensión y con tranquilidad. Además de estas indicaciones, se pueden tomar otras medidas como dar al niño infusiones relajantes sin azúcares añadidos que se pueden encontrar en farmacias y herbolarios.
¿Qué no debemos hacer?
Aunque es conveniente tener un horario regular, no hay que ser excesivamente rígidos con la hora de acostarse. Tampoco es apropiado perder la paciencia o, por el contrario, prolongar los mimos. Por supuesto, hay que evitar convertir la cama de los padres en consuelo o premio cuando el niño se despierta por la noche. También hay que evitar abrigarle en exceso y no darle demasiados alimentos por la noche al niño. No obstante, si el problema persiste después de haber agotado las medidas no farmacológicas, puede utilizarse, a última instancia, tratamiento farmacológico, siempre bajo la supervisión del pediatra.
Artículo original publicado en el número 16 de la revista Signos por expertos de la Clínica Universitaria de Navarra.