Las emociones en el confinamiento
Cuando teníamos la vista puesta en el final de trimestre y la Semana Santa, en lo que teníamos planificado, organizado, en qué viaje íbamos a hacer, qué ciudad visitar… viene una pandemia y pone en cuestión, no sólo lo más superficial de nuestra existencia, sino que tambalea los cimientos de nuestra vida. Nos dicen que debemos dejarlo todo y encerrarnos en casa y que hay que hacerlo, sin remedio ni alternativa posible.
Pasados los primeros momentos de shock inicial, los días se van acumulando y con ellos emociones de todo tipo.
Igual que dicen que los suspensos son para los estudiantes, también los aprobados y sobresalientes, las emociones son para vivirlas. Y yo añadirá que además, para aprender a gestionarlas y a través de esto, desarrollar recursos para enfrentarse a la vida.
Todo esto que nos está pasando ha despertado en nosotros los sentimientos más desagradables que el ser humano puede experimentar: miedo, tristeza, soledad, angustia, incertidumbre, ira, desesperación, desaliento, pesimismo, nostalgia, añoranza… Pero también los más bonitos: la empatía, la generosidad, la fortaleza, la gratitud , el orgullo, el asombro, el amor…
También ha permitido desarrollar los comportamientos que hacen al ser humano más digno, la entrega a los demás, la comprensión, la paciencia, el trabajo en equipo, y tantos otros que vemos a diario en los medios de comunicación.
Los niños, como personas que son, también experimentan todos esos sentimientos. Y aunque los padres pretendan evitarlo, en su intento de que no sufran, esta es la ocasión, de no poderlo evitar.
En un mundo donde desde hace ya demasiados años se cultiva la comodidad, el bienestar, el vivir “para fuera”, el consumismo, viene algo minúsculo que nos obliga a todos, niños y mayores, a frenar nuestro ritmo de vida y a vivir momentos de incertidumbre, temor y tristeza sin poderlos esquivar.
Es la ocasión de que los hijos aprendan a enfrentarse a esta situación y, por extensión, a lo que es la vida. La vida no sólo son momentos de felicidad y disfrute, de hacer lo que quiero, cuando quiero y como quiero. Valga como ejemplo, esto que estamos viviendo.
En estos momentos y fruto del confinamiento, las emociones que experimentamos a diario y de las que no éramos conscientes por un ritmo de vida vertiginoso, ahora las vivimos de una forma más intensa y somos más conscientes de ellas. Algunas son emociones que habitualmente se consideran como negativas porque no disfrutamos experimentándolas, pero nada más lejos de la realidad. Al igual que la alegría, la ilusión, la serenidad, la esperanza, la diversión y por supuesto el amor, todas y cada una de ellas, deberían ser consideradas como positivas porque cumplen su función.
En líneas generales, las emociones sirven para ayudarnos a relacionarnos y adaptarnos al mundo que nos rodea. Son un reflejo de lo que pasa en nuestro interior y guían una gran parte de nuestras conductas, nos dicen cómo evaluamos y juzgamos las distintas situaciones que vivimos y nos ayudan a tomar decisiones.
Hagamos un repaso por las emociones que podemos estar experimentando en estos momentos y démosle sentido a estas.
La tristeza
La tristeza que sentimos por estar separados de quienes nos importan, de no poder desarrollar nuestro trabajo con normalidad, de quienes sufren por la enfermedad de un familiar o lo que es peor, su pérdida, disminuye nuestra energía y nuestro entusiasmo, pero a la vez, favorece la reflexión y nos hace plantearnos lo que realmente es importante. La tristeza nos hace caer en la cuenta de los que tenemos alrededor y buscar ayuda en ellos, nos permite adquirir recursos y habilidades para superar aquello que nos la ha ocasionado. Y, algo que es muy importante para todos, favorece el autoconocimiento, nos permite conocernos mejor, saber lo que es importante para nosotros, qué queremos en nuestra vida y planificar lo que debemos hacer para conseguirlo… La expresión de la tristeza hace que los demás nos consuelen con lo que fortalece las relaciones con aquellos que nos quieren.
Cuando los niños se sientan tristes hay que dejar que expresen esos sentimientos para, a partir de ello, ayudarlos a saber qué les está pasando, buscar maneras de resolver lo que está ocasionando ese sentimiento y, si no la hay, daremos consuelo y de esta forma aprenderán a querer en el futuro.
El miedo
Otra de las emociones más frecuentes que estamos viviendo en esta situación es el miedo, la ansiedad a enfermar, a los cambios del futuro a nivel laboral, etc. La incertidumbre genera mucha ansiedad, y en un entorno tan cambiante e incierto como en el que estamos viviendo es fácil experimentar miedo. El miedo cumple una función muy importante y es el movilizarnos para protegernos, nos previene del peligro, nos mantiene alerta y en ese estado nos dirige hacia la planificación de lo que tenemos que hacer para protegernos. Nos ayuda a proponernos objetivos reales y posibles de cumplir a través de la planificación.
El enfado
El enfado nos genera mucho malestar pero nos “pone en marcha” para cambiar aquello que no nos gusta, hace que no nos conformemos con lo que nos desagrada y nos permite luchar, nos moviliza.
La frustración
Y la frustración, eso que experimentamos cada día y con tanta frecuencia últimamente. Aquí quisiera hacer una “parada obligada”. Por todos aquellos niños y jóvenes con cada vez menos tolerancia a esta, y porque, quien sabe manejar de forma eficaz esta emoción, sabe vivir la vida. La vida se compone de pequeñas o grandes frustraciones continuas, además de felicidad y otras emociones, claro. Ocurre cuando las cosas no salen como esperamos y por más que nos resistamos, tenemos que aceptar lo que hay. Creo que todos hemos visto el video de la niña pequeña que quiere salir a la calle y llora frustrada por no poder hacerlo. ¡Cuántas veces he invitado a los padres a reflexionar sobre esto y cuántas veces ha sido motivo de consulta para los psicólogos! La frustración es una emoción mezcla de otras varias, decepción, tristeza y enfado. Quien no aprende a gestionarla tendrá con gran probabilidad estrés y ansiedad en el futuro.
En estos momentos de confinamiento, a pesar de que los niños desplieguen sus mejores artes para conseguir lo que quieren y los padres hagan lo imposible por dárselo, no hay forma de ceder si lo que quieren es ir a la calle, jugar con sus amigos, y tantas otras cosas que, sí o sí, no pueden ser. Edison realizó más de mil intentos para descubrir la bombilla eléctrica. Si hubiese desistido ante la frustración, que con seguridad le ocasionó esos mil intentos anteriores, ahora no podríamos estar disfrutando de ese avance. Entrenar a los hijos a tolerar la frustración es un buen recurso del que dotarlos para afrontar el futuro. Y no hay otra manera para aprender a tolerar la frustración que vivirla. Aquí no vale lo de escarmentar en cabeza ajena.
Observar a los padres
Pero también aprenden los niños cuando observan en los padres maneras positivas de hacer frente a aquello que no esperaban y no les gusta. Les enseñaremos viendo las maneras posibles de cambiar lo que no nos gusta pero, si no la hay, aceptar con resignación y positividad lo que viene. Enfrentándose una y otra vez a pequeñas frustraciones los niños aprenderán a sobrellevar esas situaciones.
Con todo esto, pretendo haceros caer en la importancia de experimentar las emociones que esta situación nos está provocando y dar sentido al experimentarlas. Ante ellas debemos enseñar a los niños a identificarlas, poniendo nombre a lo que les pasa y enseñarles a gestionarlas dándoles alternativas de respuesta para afrontarlas y que les enseñe a cómo hacer en un futuro.
Aprender de lo positivo
Hace tiempo, hablando sobre madurez y personalidad, alguien me hacía esta pregunta: ¿Por qué las personas que han vivido momentos en su vida muy duros son más maduras? Pues porque cuando vivimos circunstancias adversas ponemos las cosas en orden, dando importancia a lo que realmente la tiene, somos capaces de disfrutar de las pequeñas cosas, somos conscientes de las cosas buenas que tenemos y que en otros momentos nos pasan inadvertidas, como si fuesen un derecho adquirido en el momento de nacer, y nos hace más fuertes para resistir las adversidades. Esa fue mi respuesta.
No quiero acabar sin hablar de aquellas emociones positivas y de cuantas cosas estamos viviendo de forma positiva estos días. Experimentamos alegría, esperanza, ilusión, gratitud cuando pensamos en los demás, en los que se esfuerzan por atender a los enfermos y a los necesitados, cuando caemos en la cuenta de lo afortunados que somos por estar bien, cuando disfrutamos de los pequeños placeres del día a día, de disfrutar de la compañía de la familia, quien ha tenido esa suerte, cuando compartimos tareas y tiempo en familia.
Disfrutar en familia
Os sorprendería si os dijese cuántos niños están siendo felices por estar con sus padres y hermanos, compartir con ellos tiempo, comer en familia con calma, y otras muchas cosas de las que muchos estaban privados por el ritmo vertiginoso de la vida que llevamos. Los niños también están viviendo esas experiencias y muchos de ellos están felices.
Las emociones positivas también están presentes, como la otra cara de la moneda. También en esto debemos educar a los niños, hablándolo, haciéndoles caer en la cuenta de ello y, porque no, dando gracias por todos esos momentos.
Esta nueva realidad que estamos viviendo facilita la comunicación de las emociones, promueve la conducta prosocial, que tanta falta hace hoy en día, crea cambios cognitivos muy potentes en el cerebro, amplía nuestras capacidades cerebrales y nos vuelve más creativos, constructivos, receptivos y resilientes.
La vida a veces nos da lecciones magistrales, en nosotros está aprenderlas.
Beatriz Tobar Martínez, Psicóloga Co. AO 3637. Psicóloga y Orientadora del Colegio Monaita – Muhacén