Educar en la templanza ¿es posible?

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Después de los excesos navideños, de comidas, de gastos extras, de regalos,  de celebraciones, cómo podemos enseñar a nuestros hijos a vivir la templanza, a que la sobriedad sigue estando de moda. ¿Es posible tener buen gusto y disfrutar de la vida en toda su plenitud siendo sobrio? La respuesta es sí. Incluso, en tiempos de rebajas. Te contamos cómo.

La sobriedad puede definirse como la virtud que distingue lo que es razonable de lo que es excesivo. Se orienta al aprovechamiento de los recursos (dinero, tiempo, esfuerzo…) de manera racional y justa. Sus presupuestos están en la base del progreso en los más diversos ámbitos –económico, social, administrativo…- y sin embargo, la sobriedad atraviesa en este momento histórico una de sus etapas de menor popularidad, gracias, en parte, al auge de la publicidad y a su influencia en los jóvenes actuales.

Los padres cuentan con un campo lleno de oportunidades para transmitir a los hijos el valor de la sobriedad: los caprichos. Los caprichos son deseos superficiales, transitorios, que surgen como consecuencia de una reacción no meditada ni justificada. Un padre de familia que compra un juguete para su niño, por que lo ha visto en un escaparate y lo pide pataleando porque le apetece en este momento, está faltando a la sobriedad y también está ayudando a su hijo a faltar a esta virtud.

Crecer en el autodominio

Una de las facetas de esta virtud consiste en desarrollar el autodominio de los hijos, de tal modo que sepan seguir adelante, aunque un deseo suyo no haya sido satisfecho. En este sentido, hay multitud de posibilidades que se pueden aprovechar en la vida cotidiana. Por ejemplo, cuando no hay suficientes helados para toda la familia; cuando se ha terminado el desayuno favorito del niño; cuando un adolescente ha gastado su saldo y quiere seguir llamando por el móvil, etc.

Otras formas para ayudar a los hijos a vivir la sobriedad es hacerles partícipes de la situación económica de la familia -de acuerdo con la edad y la madurez de los hijos, para no atosigarles. En este sentido, estimular a un hijo a realizar algún trabajo con el fin de aportar dinero a la familia si hace falta, puede favorecer el desarrollo de esta virtud.

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Del mismo modo, los padres pueden llevar a sus hijos de compras para que lleguen a entender lo que cuesta adquirir los productos que se consumen en casa: comida, ropa, etc. Para que los hijos no vean la sobriedad como algo pesado y desagradable, los padres deberían vivir esta virtud de una manera positiva. La verdadera sobriedad no tiene nada que ver con no pasarlo bien, ni con gastar el dinero y el tiempo de acuerdo con una imposición externa.

La sobriedad no supone que el hombre no deba gastar, ni comer, ni beber, etc. Es evidente que una persona que no gasta dinero a menos que sea absolutamente necesario y además de mala gana no es sobria, sino “avara”. Al contrario, la sobriedad es perfectamente compatible y complementaria con tener buen gusto, y con disfrutar de la vida en toda su plenitud. Como en todos los ámbitos de la educación, es el ejemplo de los padres el que  juega un papel decisivo en la educación de la sobriedad.

Seguramente es en la adolescencia cuando los padres van a notar de una manera más clara la falta de sobriedad en sus hijos, porque es en este momento cuando están en situación de tomar decisiones personales. Surgen disputas porque los hijos gastan su dinero sin criterio, porque pierden su tiempo inútilmente, porque se levantan tarde y se acuestan tarde, etc.

Pero a su vez, es frecuente que los adolescentes echen en cara a sus padres conductas similares: les acusan de ser muy cómodos, de gastar su dinero en caprichos, de trabajar rutinariamente y de divertirse sin sentido… que es lo mismo que acusarles de falta de sobriedad.

Únicamente si hay acuerdo entre padres e hijos en lo que se refiere a criterios —válidos para todos— puede ser eficaz la educación de esta virtud. Es curioso que muchos padres acepten sin dificultad su propio modo de buscar lícitamente lo que les place pero, al mismo tiempo, sean intransigentes en este aspecto con sus hijos.

Si se centra la atención en los criterios (sobre la forma de gastar el dinero, de emplear el tiempo, etc.) se llegará a respetar la interpretación lícita que padres e hijos hagan de ellos, adecuándolos a sus circunstancias y necesidades personales.

¿EDUCO A MIS HIJOS EN LA SOBRIEDAD?

Guía rápida de autoevalución:

christopher campbell 28567 unsplash Educar en la templanza ¿es posible?
  1. ¿Enseño a los niños a apreciar y valorar, lo que poseen, con el fin de que sean conscientes de sus posibilidades?
  2. Les ayudo a distinguir entre lo que es necesario y lo que es superfluo y entre lo que es razonable y lo que es un puro capricho?
  3. ¿Ayudo a los jóvenes a tener buen gusto/ no a gastar poco, sino a gastar bien, a disfrutar razonablemente de sus posesiones?
  4. ¿Insisto a los pequeños en la capacidad de autodominio? Les enseño a apreciar y valorar, lo que poseen, con el fin de que sean conscientes de sus posibilidades?
  5. ¿Acostumbro a mis hijos pequeños a distribuir su tiempo armónicamente, entre diferentes actividades, y asesoro a los mayores para que decidan cómo distribuir su tiempo con criterios adecuados?
  6. ¿Evito que los hijos/alumnos desarrollen un exceso de perfeccionismo en la realización de determinadas actividades?
  7. ¿Dedico tiempo a razonar con los jóvenes, con el fin de que dispongan de criterios rectos y verdaderos para tomar sus propias decisiones en relación con la sobriedad?
  8. ¿Intento lograr que los jóvenes actúen congruentemente con los criterios que tengan en sus vidas?
  9. ¿Creo un ambiente de alegría en que los jóvenes puedan vivir la sobriedad, sin asociarla con “caras largas”, aburrimiento o rigidez?

Para saber más: La educación de las virtudes humanas.

David Isaac, ed. Eunsa.  

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