Ayudar al próximo

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El 26 de octubre de 2016 José Luis Escalera recibió, mientras realizaba sus labores de mantenedor en el colegio Sierrablanca, la noticia de que habían encontrado un donante para su hija y que tenían que personarse de inmediato en Madrid para que Paula, de dos años y medio, recibiera un total de siete órganos. Fue el principio del final de una historia que empezó cuando le diagnosticaron la enfermedad de Hirschsprung poco antes del verano de 2014. Desde entonces en el colegio se recogían tapones para intentar ayudarle con los gastos de los constantes viajes que tenían que hacer a la capital. Dos años de sufrimiento para una familia que las alumnas y el personal de Sierrablanca sintieron como propio, del mismo modo que compartieron la alegría de la feliz noticia.
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Esto es solo una pequeña historia que muestra lo que se quiere que nuestros alumnos sientan: la empatía con el dolor ajeno hasta hacerlo propio.
Cuando desde nuestros centros se organizan actividades solidarias, más allá de intentar paliar unas necesidades materiales, lo que se pretende es que nuestros niños y nosotros mismos tengamos abiertos los ojos al mundo que nos rodea y que busquemos ayudar y sobre todo acompañar a los que tenemos cerca en sus dificultades.
Es posible que recoger unos tapones o unos pocos cientos de kilos de alimentos en Navidad, o participar en un comedor social, o recaudar fondos para que niños africanos hospitalizados tengan un regalo en Navidad, parezca poco –y lo es, ojalá se hiciese más- pero en realidad es la transformación en los que se ofrecen a aportar algo y el consuelo de los que lo reciben lo que realmente va cambiando el mundo. Muchos problemas se solucionarían si dejáramos de mirar a otro lado. Desde nuestros colegios, además de formar grandes profesionales, se quiere formar grandes personas, gente que se pringue las manos.
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Actividades como la realizada en el colegio Altasierra, en la que alumnos de 14 de años de Sevilla y de Siria pudieron hablar sobre su educación y sus preocupaciones. Además de recaudar fondos para ellos, pudieron ver en primera persona cuáles eran sus necesidades, y que esos niños a los que les separaban miles de kilómetros no eran tan diferentes aunque tuvieran unas circunstancias tan distintas. Aprendieron que esos niños de Siria merecen tanto como ellos la oportunidad de una educación y unos bienes materiales que damos por sentado pero a los que mucha gente no puede acceder.
Muchas veces las necesidades están a la vuelta de la esquina, como esa niña, Paula, o como los cientos de discapacitados y ancianos que visitamos desde nuestros colegios, o como esos niños con necesidad de refuerzo educativo en los barrios más desfavorecidos de cada una de nuestras ciudades.
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Otras veces están más lejos y también conviene que las veamos, entre otras cosas para que comprendamos que no son los otros, como si el primer y el tercer mundo no fueran el mismo. Allí, en Tánger, donde han ido algunos alumnos de bachillerato de los colegios Las Chapas, Guadalete y Montecalpe, los que sufren son de los nuestros, porque no existen los otros para quien comprende lo que es la dignidad de la persona y quien sabe que todo el mundo debería contar con lo básico: recursos para vivir, amor que dar y recibir, oportunidad de prosperar.
Es esto lo que significa ese #ComprometidosConElMundo que repetimos, no una foto bonita sino la alegría de compartir lo que tenemos y no merecemos más que los que no lo tienen. Porque, como publicamos hace unos días en Instagram, “la verdadera generosidad y el espíritu de servicio nacen de la convicción de que los demás tienen derecho a recibir”.
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