Se necesitan optimistas

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Por Helena Vales-Villamarín, docente de Sierrablanca-El Romeral (Málaga) y miembro del departamento Pedagógico de Attendis.

El optimismo es el valor que nos ayuda a enfrentar las dificultades con buen ánimo y perseverancia, descubriendo lo positivo que tienen las personas y las circunstancias, confiando en nuestras capacidades y posibilidades, junto con la ayuda que podemos recibir.

La principal diferencia entre un optimista y un pesimista radica en el enfoque con que se aprecian las cosas. Empeñarnos en descubrir inconvenientes y dificultades nos provoca apatía y desánimo. El optimista supone hacer ese mismo esfuerzo para encontrar soluciones, ventajas y posibilidades. La diferencia es mínima pero, tan significativa, que nos invita a cambiar nuestra actitud hacia la consecución de ese valor.

En general, parece que las personas más optimistas tienden a tener mejor humor, a ser más perseverantes y exitosos e, incluso, a tener mejor estado de salud física. De hecho, uno de los resultados más consistentes en la literatura científica es que aquellas personas que poseen altos niveles de optimismo y esperanza (ambos tienen que ver con la expectativa de resultados positivos en el futuro y con la creencia en la propia capacidad de alcanzar metas) tienden a salir fortalecidos y a encontrar beneficio en situaciones traumáticas y estresantes.
Alcanzar el éxito no es consecuencia del optimismo. En muchas ocasiones las cosas no resultan como deseábamos por mucho esfuerzo, empeño y sacrificio que pongamos, por muy optimistas que seamos.


“El optimista no es un ingenuo, procura pensar y considerar detenidamente todas las posibilidades antes de tomar decisiones”


8 pasos para ser optimista

Pero ¿qué hacer para tener esa aptitud optimista y positiva en la vida? El paso hacia una actitud optimista requiere una disposición más entusiasta. Es tanto como darle la vuelta a una moneda. Dado que uno “no nace, se hace”, es recomendable educar a los nuestros en ese “enfoque” optimista y positivo, ver lo bueno de cada situación, buscar siempre puertas abiertas, tender puentes, evitar la “cultura de la queja” y ser personas empáticas, abiertas y esperanzadas. Aprender a sonreír es la mejor enseñanza.

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1.Analizar las cosas a partir de los puntos buenos y positivos.  No siempre funciona igual a la inversa. Esta pauta debemos aplicarla con los más pequeños, enseñarles a ver el lado positivo.

2. Esforzarnos por dar sugerencias y soluciones en lugar de dar paso a las críticas o quejas. De cara a la educación de nuestros hijos acostumbrarles a aportar una posible solución ante cualquier problema.

3. Procurar descubrir las cualidades y capacidades de los demás, reconociendo el esfuerzo, el interés y la dedicación.

4. Aprender a ser sencillos y pedir ayuda, generalmente, acudiendo al consejo de otras personas se encuentran la soluciones que solos no veríamos.

5. Salir de uno mismo, no buscar la propia satisfacción. Ayudar a los demás y pensar en los otros evitará muchos desengaños,que sólo conducen a la tristeza y al pesimismo.

6. No hacer alarde de seguridad en uno mismo tomando decisiones a la ligera, considerar y sopesar las cosas antes de actuar, pues lo contrario no es optimismo, sería imprudencia.

7. Aprender a valorar lo que somos y lo que tenemos. El fomentar la autoestima y ensalzar lo bueno en la actitud de nuestros hijos ayudará a acentuar una actitud positiva de uno mismo.

8. Ser agradecidos. Acostumbrarnos a dar las gracias por todo, es una manera de ver nuestra vida como un continuo regalo que hay que agradecer.

El optimismo es una actitud permanente de recomenzar, de volver al análisis y al estudio de las situaciones para comprender mejor la naturaleza de los fallos, errores y contratiempos. Sólo así estaremos en condiciones de superarnos y de lograr nuestras metas. Si las cosas no fallaran o nunca nos equivocáramos, no haría falta ser optimistas.

Normalmente la frustración o el pesimismo se producen por un fracaso; el optimista sabe sacar experiencia de los tropiezos, aprende y rectificar. El optimista sabe buscar ayuda como una alternativa para mejorar o alcanzar los objetivos que se ha propuesto, es una actitud sencilla y sensata que en nada disminuye el esfuerzo. Sería muy soberbio por nuestra parte pensar que poseemos el conocimiento y los recursos necesarios para salir  triunfantes en toda circunstancia.

¿Optimismo o ingenuidad?

El optimista no es un ingenuo, procura pensar y considerar detenidamente todas las posibilidades antes de tomar decisiones. No se engaña e inventa una falsa realidad para hacer la vida más cómoda y fácil. El optimismo no está reñido con el realismo para conocer y medir el tipo de confianza que se depositará en cada situación.

No debemos confundirnos, es fácil “ser optimista” cuando todo nos va bien, como afirma el dicho popular, cuando contamos con “salud, dinero y amor”, este tipo de personas pueden vivir en un estado de “optimismo falso”. Podemos creer que son optimistas porque no han fracasado, las personas que se encuentran satisfechas sólo porque las cosas les van bien, tienen muchas posibilidades de sentirse defraudadas si es que no aprenden a reconocer el valor del esfuerzo, ver el posible fracaso con alegría y sacar consecuencias positivas de situaciones que parecen, a primera vista, poco aprovechables.

El optimista tiene una disposición positiva y abierta hacia los demás. Si sus expectativas no se cumplen, lo mejor es pensar que las personas pueden cambiar, aprender y adaptarse con nuestra ayuda. El optimista reconoce el momento adecuado para dar aliento, para motivar y para servir. El optimismo supone reconocer que cada persona tiene algo bueno, con sus cualidades y aptitudes, pero también sus defectos, los cuales debemos aceptar y buscar la manera de ayudar a superarlos.

Optimismo y alegría

No hay que confundir el optimismo con la alegría. El optimismo no conduce siempre a una alegría expresada sino que proporciona paz interior a la persona, y esa paz proporciona una belleza serena que ilumina la personalidad. También en muchas ocasiones alegra la vida, pero no necesariamente siempre. Cuando ocurre una desgracia, por ejemplo, la persona optimista estará triste, pero no desesperada. Para los que tenemos la suerte de creer y tener fe, sabemos que el motivo de nuestra actitud optimista ante la vida es nuestra esperanza, solo esta razón hace que respondamos con una sonrisa ante la contrariedad.

Se construye mejor con una sonrisa que con un “crudo realismo” que nos puede paralizar. Necesitamos modelos positivos a nuestro alrededor. Necesitamos contemplar y mirar hacia arriba para seguir construyendo aunque parezca, aparentemente, que nuestro esfuerzo no es importante ni fructuoso: Una sonrisa, más otra sonrisa, más otra sonrisa… pueden contribuir a hacer un mundo más feliz. Podría terminar este escrito adjuntando un test para comprobar si el lector es optimista o no, a través de un cuestionario pero, si realmente sigo el sentido de lo aquí escrito sólo formularía una pregunta final: ¿Quiero ser optimista? Querer es poder serlo.

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