La comprensión es una virtud que permite al ser humano reconocer el “marco interior” del otro, con los sentimientos y emociones que condicionan su comportamiento.
Con frecuencia, nos encontramos con hombres y mujeres que tienen disminuida esta capacidad o que incluso carecen de ella por completo. En ello tiene mucho que ver la educación recibida en la infancia y la adolescencia, siendo el ejemplo de los padres un factor decisivo.
Podemos definir la virtud de la comprensión como “aquella que reconoce los distintos factores que influyen en los sentimientos o en el comportamiento de una persona, profundiza en el significado de cada factor y en su interrelación y adecua su actuación a esa realidad”.
Niños: aprender a reconocer los estados de ánimo
Una de las razones para vivir la virtud de la comprensión es el deseo de ayudar a los demás de acuerdo a sus necesidades. En los niños, este deseo sólo se encuentra de una manera superficial, como resultado del cariño que reciben y sienten hacia los demás: aún no hay una voluntad de identificación emocional con el otro.
En estas edades la misión de los padres es ayudar a los hijos a reconocer las características de cada uno de los miembros de la familia; hacerles ver que hay momentos oportunos para hablar, pedir una cosa, etc.; enseñarles a identificar los distintos estados de ánimo de los demás e introducir preguntas del tipo: ¿qué habrá pasado para que el otro actúe así?” o “¿por qué estará tan triste, alegre, etc.?” De este modo, el pequeño irá captando los distintos factores que pueden influir sobre una persona. Pero la comprensión, a un nivel más profundo, solamente vendrá con el reconocimiento en él mismo de sentimientos similares a los manifestados por los demás.
Comprender es no enjuiciar a la otra persona
Otra de las líneas educativas relacionadas con la comprensión hace referencia a la creación de las condiciones necesarias para el desarrollo de esta virtud. Entre ellas debemos destacar, en primer lugar, la seguridad y la confianza en uno mismo. Es decir, si los hijos están centrados en sus propios problemas, es lógico que no se abran lo suficiente como para ser comprensivos con los demás.
Para evitarlo, los padres deben enseñar a los hijos a reconocer los problemas en su justa realidad y a poner los medios para solucionarlos. Así, el hijo que ha aprendido a confiar razonablemente en sus propias capacidades, en la ayuda de sus padres, de los demás, de Dios… estará en buenas condiciones para intentar comprender a los demás.
Por otra parte, se tratará de ayudar a los hijos a no tener prejuicios: comprender es un acto de recogida de información sin enjuiciar a la persona. Si se descarta el comportamiento del otro desde el principio, difícilmente se va a poder prestar la atención adecuada a los factores que han influido en esa situación.
Adolescentes: la educación de la percepción empática
La empatía -identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro- es un componente inseparable de la virtud de la comprensión. Hay personas que parecen haber nacido con una predisposición hacia ella; no obstante, existen pautas que los padres pueden tener en cuenta para incrementar la percepción empática de los hijos. En el caso de los adolescentes, podemos empezar por hacerles ver algunos puntos importantes:
- No todos somos iguales: cada uno reacciona de modo diverso frente a distintos estímulos. Por tanto, no cabe pensar que la otra persona va a sentir lo mismo que yo ante una situación dada.
- Lo que dicen o hacen las personas no es necesariamente reflejo fiel de sus emociones o sentimientos íntimos.
- Es muy fácil ser simplista, pensando que solo hay una causa para cada problema. La realidad es que normalmente existe un conjunto de ellas.
- En situaciones normales, lo importante para el otro es saber que alguien se preocupa por él, pero que, a la vez, respeta su intimidad.
- Hay que tener en cuenta que, dada la complejidad de las personas, nunca llegaremos a comprender totalmente a los demás.
Educar la sensibilidad
Asimismo, habrá que continuar con la línea iniciada en la infancia, ayudando a los hijos a reconocer los sentimientos y comportamientos de los demás, educando su sensibilidad y profundizando más en las motivaciones, con preguntas del tipo “¿Te has fijado en que tu hermano está muy contento, enfadado, triste…? ¿Por qué será? ¿Estás seguro? ¿Qué otras razones puede haber?…”.
Hay que tener en cuenta que los hijos adolescentes pueden ser una ayuda muy eficaz en relación con sus hermanos más pequeños. A veces, es difícil para los padres comprender lo que pasa con sus hijos. En cambio, entre ellos se entienden “de maravilla”.
Pero también conviene señalar que no solo se trata de enseñarles a comprender a sus hermanos o compañeros, sino también a sus padres. Y esto es una responsabilidad de cada cónyuge: la madre debe ayudar a los hijos a comprender a su padre y viceversa.
Artículo original publicado en el número 17 de la Revista Signos.