La educación de la alegría en el hogar.
Tras varios años de crisis económica, nos hemos acostumbrado a recibir mensajes que nos ofrecen una visión negativa e incierta del futuro. Los niños no son ajenos a esta afluencia de información, que puede llegar a originar en ellos una actitud general de desconfianza ante la vida. La educación en el optimismo se hace ahora más necesaria que nunca y los padres juegan en ella un papel protagonista. A continuación ofrecemos algunos consejos dirigidos a afrontar la educación de este importante aspecto de la personalidad, que tiene mucho que ver con la felicidad y la autoestima, pero también con el liderazgo y el éxito en las relaciones sociales.
Como punto de partida, se hace preciso identificar el contenido exacto de la virtud del optimismo, en el que no hay cabida para la ingenuidad o el autoengaño, a diferencia de ciertos sucedáneos con los que en ocasiones se confunde. Es optimista quien confía razonablemente en sus propias capacidades y en la ayuda que le pueden prestar los demás. En cada situación distingue, en primer lugar, lo que es positivo en sí y las posibilidades de mejora que existen para, a continuación, estudiar las dificultades que se pueden presentar. Aprovecha todo lo bueno y afronta lo demás con deportividad y alegría.
La confianza es, pues, la base de todo optimismo. Pero no se trata de una confianza ciega, sino realista. Y ésta es otra de las notas que distinguen al verdadero optimista: sabe hasta dónde llegan sus propias cualidades y en qué punto requiere de la ayuda de los demás. Pero la ayuda de los otros también es limitada… lo que nos lleva a otra conclusión que cierra el círculo de la definición de esta virtud: sólo la persona que cuenta con una visión trascendente de la vida puede practicar un auténtico optimismo, ya que, cuando los medios humanos se agotan (algo que ocurre con relativa frecuencia), siempre se puede acudir a Dios, que con certeza dispondrá lo mejor para él. Quien no participa de esta convicción sólo podrá ser optimista de una manera frágil y superficial.
Realismo y mejora
Ya hemos dicho que el verdadero optimismo no es ingenuo, sino que sabe ponderar adecuadamente lo positivo y negativo de cada situación. Uno de los aspectos principales de la educación de esta virtud, por tanto, consiste en transmitir a los hijos criterios que les ayuden a distinguir lo que es importante de lo que es secundario, lo que es significativo de lo que no lo es, desde un enfoque que se centre en la finalidad, no en los medios. Pongamos un ejemplo: un suspenso es, ciertamente, un fracaso, pero será sólo un fracaso relativo si aprovechamos tal circunstancia para aumentar la motivación y el rendimiento. La finalidad no es sacar buenas notas, sino el esfuerzo y la mejora personal.
Parte importante de la educación del optimismo consiste en hacer entender a los hijos que deben responsabilizarse de sus propias vidas, sacando partido a sus cualidades y pidiendo la ayuda de los demás cuando sea necesario. Por eso es importante no intentar permanentemente resolver sus problemas, sino hacerles esforzarse personalmente y apoyarles con el cariño. Así aprenderán a ser optimistas, no porque las cosas siempre les salen bien, sino porque, aunque salgan mal, el amor de sus padres está asegurado. El optimismo basado en el triunfo personal reiterado es un optimismo falso.
Niños “triunfadores”, niños “fracasados”
A la hora de enfocar la educación del optimismo en la infancia cabe distinguir las medidas que los padres deberán poner en práctica según se trate de un niño al que, por sus condiciones –inteligente, buen deportista, sociable…- encontrará más motivos para ser optimista; o bien de aquel otro que, debido a repetidos fracasos en distintos ámbitos, tiende a ser desconfiado.
En el primer caso, los padres deberán consolidar ese optimismo “natural” y superficial (y que por tanto, terminaría por derrumbarse tarde o temprano), con actuaciones que se centren en la exigencia. Hacerles acometer tareas que conlleven dificultades, según su capacidad, dará a los padres una ocasión propicia para enseñarles a aceptar pequeños fracasos con alegría, valorando el aspecto positivo de toda circunstancia.
El niño que fracasa habitualmente necesita de un plus de cariño. Los padres no deben caer en el error de tratar de convencerle de que está triunfando cuando no es así. Por el contrario, han de promover situaciones en las que el hijo, a base de esfuerzo, pueda tener éxito, lo cual mejorará la confianza en sí mismo, a lo que habrá que sumar el apoyo en los momentos de fracaso. De esta manera potenciaremos su fortaleza, imprescindible en la adquisición del optimismo.
Optimismo y servicio a los demás
A medida que los niños van creciendo, la educación en el optimismo debe orientarse hacia la virtud de la generosidad. Los pequeños deben entender que quien únicamente busca su propia satisfacción siempre sufrirá desengaños, lo que le conducirá a desarrollar actitudes pesimistas. Por el contrario, la persona que es consciente de que tiene una misión de servicio en la vida, siempre encontrará formas de ayudar a los demás, de ahí su optimismo.
Ya en la adolescencia, los mismos criterios apuntados son válidos. Es relativamente frecuente que al llegar a esta edad, el mundo en general parezca tan lamentable que los chicos no hagan más que criticar. La crítica negativa no es compatible con el optimismo. Será el momento de crear ocasiones en las que los hijos puedan expresar sus inquietudes, haciéndoles ver con pequeñas reflexiones –pero sin sermonear- que efectivamente es conveniente analizar los hechos y darse cuenta de todo el mal que hay en la sociedad, pero que la crítica resulta estéril si no se centra en las posibilidades de mejora.
Al mismo tiempo, los padres deben transmitirles que, si bien cambiar el mundo puede ser un objetivo fuera de su alcance, siempre pueden servir lo mejor que puedan a las personas que tienen alrededor.
En cualquier caso, no debemos olvidar que el adolescente tiene una gran necesidad de sentirse querido, aunque rara vez lo reconozca abiertamente. Al igual que en el caso de los niños pequeños, la manifestación del cariño será un medio indispensable para promover una visión optimista de la vida.
Publicación original en el número 16 de la revista Signos.