Adolescentes

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¿Cómo comprenderles?

Por Mar Parejo Alcázar, docente de Secundaria y Bachillerato de Adharaz-Altasierra (Sevilla)

La adolescencia es una fase llena de oportunidades para padres e hijos, así que… ¡fuera miedos! Hasta ahora tu cándido hijo seguía tus consejos sin cuestionarte, te admiraba, te quería, en definitiva, ¡era un sol! Pues, la buena noticia es que ahí sigue, solo que no lo ves. El adolescente sigue siendo la misma persona que era solo que se manifiesta de otra manera, así que, si era generoso lo seguirá siendo y si era empático también.

Pongámonos en su lugar. De pronto, su cuerpo cambia demasiado rápido (la ropa que antes le sentaba bien ahora no, sus extremidades crecen tanto que no las controla…), tiene una voz distinta, no domina lo que siente, está perdido y confundido. En medio de esa confusión su comportamiento resulta algo desesperante e impertinente, pero espera que sus padres, aún idolatrados, tengan paciencia infinita para aguantarlo (no olvidemos que como cualquier ser humano necesita sentirse valorado y amado).

En la primera infancia, el niño probó sus límites, aprendió qué estrategias le eran más útiles frente a las exigencias de los padres y, aquellas que mejor funcionaron, son las que intentará aplicar de nuevo en la pubertad. Es por eso que tenemos una oportunidad magnífica de enmendar errores; aquello que no se trabajara bien cuando eran pequeños deberá ser nuestro caballo de batalla ahora y debemos entender que cambiar el mensaje cuesta trabajo.

En la adolescencia uno crece en autoconocimiento, inteligencia y voluntad. Los hijos comienzan a cuestionarnos todo, a descubrir que fallamos, son capaces de razonar mejor y eso, a veces, nos pone en evidencia. Por ello tenemos que ser un buen ejemplo, no podemos salir del paso con contestaciones vagas; tendremos que convencerlos con argumentos sólidos y siendo muy coherentes porque si no, estarán ahí para recordarnos cada error y les será difícil ver en nosotros el espejo en el que mirarse. Esto no hace que seamos rivales, sino todo lo contrario; somos equipo y el adolescente necesita saber que sus padres le quieren, respetan y apoyan.

Otro de los aspectos propios de esta etapa es la búsqueda de la aprobación por parte del grupo, de la sociedad. Ya no es suficiente con que mi abuelo me diga lo estupendo que soy; la familia pasa a un segundo plano y eso a los padres, nos cuesta aceptarlo. Para ellos no sólo es atractivo, sino que además, es una clara fuente de autoestima.

¿Significa esto que la ayuda de los padres no es necesaria?, ¡no! Significa que ahora debe ser silenciosa, discreta, desde un segundo plano. Algo en lo que hay que trabajar mucho es la aceptación de la imperfección; hazle ver a tu hijo que todos somos limitados, que no se trata de ser perfecto, sino de buscar mejorar cada día. Esto no siempre es fácil cuando tenemos delante a un adolescente que contesta, desobedece, desordena… Sin embargo, todos tenemos más virtudes que defectos, así que hay que hacer un esfuerzo por alabar más que criticar.  Esto genera confianza y autoestima, el hijo sabe que puede ser mejor, pero no le pesan las equivocaciones.

Grupo de adolescentes, en este post te damos pautas para tratar de comprenderles

Hay que hacer un esfuerzo por alabar más que criticar.  Esto genera confianza y autoestima, el hijo sabe que puede ser mejor, pero no le pesan las equivocaciones.

Seguro que a estas alturas estás pensando que esto suena fácil pero que tener un adolescente en casa supone vivir en un conflicto casi permanente. Lo que es posible que no hayas pensado es que esos conflictos enseñan a nuestros hijos a defender sus intereses, criterios y valores, algo que tendrán que hacer después en sociedad; esos roces de la convivencia son los que también van a animarlo un día a emprender su propia vida y todo ello es positivo, aunque sea trabajoso.

Como adultos somos nosotros los que debemos manejar la situación, entender que el adolescente puede ser muy hiriente y decir cosas que no siente, pero nosotros tenemos que evitar comportamientos extremos (portazos, decir barbaridades…); en general, mucho autocontrol. No olvidemos que cada discusión en casa es un entrenamiento para discutir y defenderse fuera.

Ideas prácticas para mejorar la relación con nuestr@ hij@/niet@ adolescente

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Los padres sois los que mejor conocéis a vuestros hijos pero los profesores tratan con decenas de adolescentes cada año y, como quieren también a sus alumnos, suelen ser un buen miembro para el equipo.

  1. Dejemos que ellos tomen pequeñas decisiones que les faciliten la aceptación por parte de los miembros de su grupo (siempre que no sean contrarios a nuestros valores); por ejemplo, el tipo de ropa que lleva, el tipo de música que escucha… No entres en la pelea de si le queda mejor un corte de pelo u otro, mientras no ofenda a nadie, ellos son los que saben cuál es el que hará que sus amigos lo acepten como tal.
  2. Hagamos un esfuerzo por alabar aquello en lo que son buenos o aquello que hacen bien; si tenemos la ocasión de hacerlo delante de otros, mejor. A partir de ahora, cuando hables con la abuela o un amigo acerca de la familia procura incluir un comentario agradable acerca de su comportamiento, mejora en el rendimiento escolar o el esfuerzo que ha puesto en algo. ¡Ah! No olvides tampoco reconocerle los méritos directamente a él.
  3. Evitemos sucumbir en las discusiones a lo que nos demandan solo por conseguir algo de paz en casa. Los límites han de estar claros. Cuántas veces cedemos a los que nos piden por no seguir discutiendo. Llegamos cansados de trabajar y lo único que nos apetece es un poco de paz, con tal de no discutir, que haga lo que quiera. ¡No! Sé fuerte y consecuente.
  4. No olvidemos los gestos de afecto y cariño; son mayores pero muy sensibles y necesitan sentirse queridos. Casi en cada tutoría en la que tengo la suerte de tener a ambos padres delante, me dirijo al padre para recordarle que siga abrazando y dando mimos a su hija. Si queremos que crezcan con una afectividad sana, no hay nada como dársela en casa; es ahí donde deben aprender cómo te quiere, quien te quiere bien.
  5. Procuremos minimizar el número de batallas en casa; es preferible guardar fuerzas para los aspectos más importantes de su educación, que hacer una guerra de cualquier cosa. A primera hora de la mañana empiezan la batallas por levantarse, dejar las cosas recogidas y salir a tiempo para coger la ruta; al llegar por la tarde, la siguiente batalla porque merienden, no se peleen y se pongan a hacer los deberes; más tarde los llamamos 20 veces para que se duchen, pongan la mesa y se sienten porque la comida ya está preparada… Para acabar el día hay que quitarles el móvil, la tablet o la tele para que se acuesten a una hora decente; en medio de todo eso, le has corregido la postura, le has recordado que no ha echado la ropa a lavar, que no ha bajado la basura o cualquier otro “no has…” y, el día se acaba y solo has tenido tiempo para corregir, regañar o incluso gritar. Quizás es mejor centrarse en un par de batallas cada 15 días y buscar tiempos de paz, conversación, cariño…
  6. Si eres padre de un colegio de Attendis llevarás años escuchando que hay que educar en positivo; este mismo principio vale para la adolescencia. Hay que corregir desde la calma, razonando y construyendo. El mismo objetivo puedo intentar alcanzarlo diciendo: “Antonio, es el último día que te pido 20 veces que te levantes, el próximo día vas en pijama al colegio” (algo que casi ningún padre termina haciendo) o con esta otra frase: “Antonio me has demostrado que eres mayor y responsable para otras muchas cosas, también lo puedes ser para levantarte a tiempo y prepararte para ir al colegio”.
  7. Busca el apoyo del tutor de tu hijo en el colegio. Seguro que te será de gran ayuda. Los padres sois los que mejor conocéis a vuestros hijos pero los profesores tratan con decenas de adolescentes cada año y, como quieren también a sus alumnos, suelen ser un buen miembro para el equipo.

Recuerda: los padres han de educar en la infancia, después solo se deberían recoger frutos, pero en la adolescencia tenemos una segunda oportunidad para enmendar errores, sólo que cuesta algo más de trabajo. Como dice Fernando Alberca en su libro “Adolescentes. Manual de instrucciones”, en educación, siempre se está a tiempo.

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